lunes, 6 de diciembre de 2010

Más basura para Andalucía



¿Andalucía basurero de Nápoles? Para muchos andaluces habrán pasado desapercibidas las declaraciones del asesor de Medio Ambiente para la provincia italiana, Giusepe Caliendo, quien anunció recientemente que se hallaba gestionando con una empresa andaluza el traslado por mar de toneladas de desechos urbanos generados en esta región de la Campania  y que estas gestiones se encontraban “en un buen punto”. Sobre el asunto se mantiene cierto secretismo que no puede dejar de preocuparnos a los andaluces.
La provincia de Nápoles tiene un grave problema que va camino de convertirse en endémico: la eliminación y tratamiento de los desechos urbanos. En su territorio sólo funciona un vertedero, pues el resto están clausurados al haber alcanzado los límites de vertido. Algunos estiman que las basuras acumuladas en toda la provincia alcanzan las 10.000 toneladas.
El traslado de estos desechos a otros lugares de Italia ha encontrado una pronta contestación en las ciudades a la que le asignaban un cupo. Cerdeña aceptó recibir una parte y el primer envío de 600 toneladas se encontró con una manifestación de protesta, que trataba de evitar el desembarco de tan repudiado material. En su propio país no quieren ser basurero. Buscan solución y pueden encontrarla en Andalucía, hasta donde llegaría, en principio, si aceptamos la información ofrecida desde Italia, 2.800 toneladas.
Aunque la operación no ha sido confirmada y, como corresponde, habrá de contar con la autorización de las autoridades de la Junta de Andalucía, no está de más que los ciudadanos permanezcamos alerta.
Ya contamos en esta tierra con el basurero de El Cabril, en el municipio cordobés de Hornachuelos. Este cementerio radiactivo recibe los desechos de nueve centrales nucleares, de universidades y de  hospitales. Más de tres mil bidones al año. 
El cementerio nuclear de El Cabril se instaló en 1961 durante el régimen franquista, cuando comienzan a generarse los primeros residuos de este tipo en España. Se utilizó para ello las instalaciones de una antigua mina de uranio de la sierra de la Albarrana, perteneciente al macizo de Sierra Morena. El cementerio permaneció en secreto hasta que en 1976 el periodista Sebastián Cuevas Navarro lo dio a conocer en un reportaje en la publicación Tierras del Sur. Aquel trabajo, uno de los primeros del periodismo de investigación en España, me sorprendió especialmente. El estado en que se hallaban los depósitos radiactivos y la falta de seguridad era una constatación más de la falta de consideración que la dictadura había tenido con Andalucía.
En 1986 la actividad fue paralizada por la Junta hasta su legalización. En 1992 entró en funcionamiento la nueva planta con contenedores soterrados en celdas de hormigón.
La supuesta creación de riqueza no fue tal en la comarca afectada por el cementerio. Los puestos de trabajo se reducen a 120 y las poblaciones circundantes vienen sufriendo un progresivo despoblamiento de hasta un 25 por ciento desde 1989.
Que no nos engañen más a los andaluces. Andalucía no es un vertedero.

San Roque y el Sáhara, una cuestión de dignidad



“San Roque y Bucraa manifiestan conjuntamente que la paz y la libertad es el único camino posible para la prosperidad de los pueblos”. Ese enunciado forma parte de uno de los apartados del pacto de hermanamiento firmado por el alcalde sanroqueño Andrés Merchán y su homónimo saharaui Alisalem Sidi-Larose,  el 15 de julio de 1994. Un acto que recuerdo especialmente porque ofrecí una lectura de poemas dedicados al pueblo saharaui.
Es verdad que ha habido otros hermanamientos de San Roque con distintas poblaciones de Europa, Asia y América, y que, como suele ocurrir, quedan en el olvido al poco tiempo. Sin embargo, el realizado con una localidad en el exilio, “trasladada” a los campos de refugiados de Tinduf en pleno desierto argelino, nos acerca mucho al origen de la ciudad campogibraltareña, nacida también de un éxodo al negarse los habitantes del Gibraltar ocupado,  legitimar la usurpación de su territorio por una fuerza extranjera. Esa decisión cargada de dignidad une a ambos pueblos. Dignidad se llamaba el campamento de Agdaym Izik desmantelado violentamente por las fuerzas de seguridad marroquíes, y que ha dado pie a la crisis más grave en el Sáhara desde que España entregase unilateralmente a Marruecos y Mauritania el territorio tras la movilización conocida por la Marcha Verde. Una movilización financiada por Arabia Saudí y que contó con  el apoyo de la CIA. La jugada del desaparecido Hassan II, aprovechando la difícil coyuntura española del año 1975 –el general Franco estaba agonizando-, hizo que España abandonase precipitadamente el territorio donde estaba previsto un referéndum de autodeterminación. Todo ello, a pesar de que un fallo del Tribunal Internacional de La Haya, había dejado claro que no existían ligaduras de soberanía del Sáhara con Marruecos y Mauritania.
            Después vino la proclamación por el Frente Polisario de la República Árabe Saharaui Democrática y la guerra contra el ejército marroquí desplegado en el Sáhara, hasta el alto el fuego de 1991. Mauritania abandonó el territorio, que se aprestó  a  ocupar Marruecos, que levantó un muro -en realidad ocho- de 2.720 kilómetros de longitud, con un despliegue extraordinario de fuerzas y campos minados, donde ya han perdido la vida varios civiles. Detrás del muro están las ciudades, la explotación de fosfatos y la zona costera rica en pesca.
La “repoblación” de las ciudades saharauis con más de cien mil colonos marroquíes para hacer frente al referéndum  de  autodeterminación, según mandato de la ONU, complicó su celebración. La consulta fue fijada para 1992 y postergada a 1998, sin que se vislumbre una salida ante la negativa marroquí  a que se cumpla el mandato de las Naciones Unidas.
            Por el contrario, Marruecos trata de salir del entuerto con un proyecto de autonomía para el Sáhara Occidental que rechaza el Polisario. Un proyecto sin concretar y que plantea serias dudas. No contempla la difusión de ideas que vayan más allá de la línea oficial ni la existencia de partidos regionalistas. Y después de la represión de El Aaiún viene a demostrarse que sin un contexto democrático y superador del actual enfrentamiento no es posible una autonomía auténtica, con gobierno propio y parlamento.
            Es cierto que todos los partidos marroquíes coinciden en la soberanía sobre el Sáhara, pero también es cierto que esta cuestión es “sagrada” en Marruecos y una opinión pública contraria quedaría fuera de la ley. Cabe recordar que cuando en 1981 Hassan II aceptó la autodeterminación en la cumbre de la Organización de la Unidad Africana celebrada en Nairobi, la opinión contraria de los socialistas de la USFP, llevó a prisión  a la cúpula de dicho partido.
            Ha tenido que ser la sociedad civil saharaui la que ponga sobre la mesa nuevamente la eternizada cuestión. Primero la huelga de hambre de la activista pro derechos humanos Aminatu Haidar, y luego la instalación de un gran campamento de jaimas en las afueras de El Aaiún, demandando derechos sociales. Una sociedad civil que ha ocupado el papel de un Polisario en crisis y que ha hecho que muchos de los miembros del grupo independentista deserten, captados por puestos ofrecidos desde Marruecos. Si la guerra sería un suicidio para el pueblo saharaui, la torpe actuación del gobierno de Marruecos, ha abierto una brecha inesperada y que perjudica la imagen del país exteriormente: el respeto a los derechos humanos.
            Así las cosas, con el apoyo a las tesis marroquíes  de Estados Unidos y Francia, y la indiferencia del Gobierno español, el pueblo saharaui se mueve entre la desesperanza y el coraje, y como los gibraltareños que se trasladaron a la ermita del señor San Roque, enarbolan la mejor de las banderas: la de la dignidad.  
           

El flamenco, patrimonio de la humanidad. Seña de identidad del pueblo andaluz



La UNESCO acaba de designar en su reunión de Nairobi al flamenco como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. La organización de Naciones Unidas para la educación, la ciencia y la cultura ha venido refrendar la realidad de una expresión artística y cultural que hace tiempo rompió los límites de Andalucía y de España.
            Blas Infante sitúa el ámbito de su nacimiento en el período desde el segundo cuarto del siglo XVI hasta el último cuarto del XVIII. En opinión de Infante el encuentro de los gitanos errantes, que provenientes del norte de la India, llegaron por primera vez a los reinos de Castilla y Aragón en el siglo XV, con los moriscos perseguidos daría lugar  a lo flamenco. “Hubo, pues, necesidad de acogerse a ellos. A bandadas ingresaban aquellos andaluces, los últimos descendientes de los hombres venidos de las culturas más bellas del mundo, ahora labradores huidos (en árabe, labrador huido o expulsado significa felahmengu) (...) Comienza entonces la elaboración de lo flamenco por  los andaluces desterrados o huidos en los montes de África y de España”. En este sentido, Enrique Iniesta, biógrafo de Infante, señalaba que éste interpretaba “que el origen y secreto de nuestro cante no está ni en el carácter permanentemente individualista de un pueblo ni en fingimientos virtuosistas, sino en vivencias afectivas correspondientes a un periodo de la historia de un pueblo, estados históricos de soledad y tristeza...”.
            Basado en antiguas formas de romance fue un cante solitario, que luego se llamaría tonás,  expresión de las persecuciones,  de la injusticia y del dolor. Duquelas de la marginación, de arrebato que, pronto, adquirió una naturaleza indómita. Y esa áurea de pueblo perseguido traspasó los tiempos y diversificó sus cantes, incorporando la guitarra. El flamenco se alejó del folklore y prendió en el pueblo y recogió la desolación del jornalero, esclavizado por el terrateniente: Las lindes del olivar/ Ancha pa los don mucho/ Estrechas pa los don ná.
Ese pueblo jornalero, huyendo de la hambruna, abocado muchas veces al levantamiento contra la opresión, buscó también horizontes en la fronteriza Murcia. A la fiebre del plomo se desplazaron familias enteras, poblando las aldeas murcianas que, luego, en 1840, al agruparse constituirían el pueblo de La Unión. Allí nació la minera, el cante surgido en las entrañas de la tierra, donde se desenvolvía el más duro trabajo, el sufrimiento y hasta la muerte.
El cante desprestigiado por la cultura dominante fue acogido como comparsa y borrachera en juergas de señoritos andaluces. Y comenzó a abandonar las ventas y tabernas para subir a los tablaos de los cafés-cantantes antes de emprender, a mediados de 1920, un recorrido amplio por teatros y plazas de toros, lo que vino a denominarse la ópera flamenca.
            Esa fuerza incontenible del flamenco fue utilizada durante la dictadura franquista. Como señala José María de los Santos: “En la división del trabajo a escala del Estado, a Andalucía se le asignó un papel secundario a favor del País Vasco y Cataluña. Y a esa condena se unió la utilización de lo andaluz como meramente folklorista, de una cultura en la dependencia propia de las zonas subdesarrolladas. Una cultura confundida con “lo español” -Andalucía considerada como la más España de las Españas- y simultáneamente subestimada, es decir, considerada como una prolongación de la cultura castellana”. Y en esa línea, “sirvió para combatir y desacreditar la presencia en el Estado español de un pluralismo cultural innegable”.
            Pero el cante siguió su imparable curso y junto a los movimiento del Nuevo Flamenco de los años ochenta del pasado siglo y las fusiones con las más diversas  músicas de distintos puntos del orbe, permanece la esencia de una cultura netamente andaluza, que como el andaluz es universalista.

De un tiempo y una Navidad



Pasaban los coros –no le llamábamos rondallas por aquí- en la fría noche navideña. Corríamos tras ellos, deteniéndonos en cada puerta donde, ataviados de pastorcillos, aquellos muchachos cantaban al Niño de Dios, esperando algún polvorón o rosco de propina. Las tabernas del casco viejo, que era el único San Roque palpitante, reunían a los parroquianos de una ciudad envuelta en un triste alumbrado. En algún lugar sonaba el disco de Raphael que decía “El camino que lleva a Belén…” Un camino que llevaba hasta el valle que la nieve cubrió, un valle con el que soñábamos los niños y que debía ser muy parecido al que veíamos en los nacimientos –tampoco se decía belenes- que con tanto anhelo esperábamos montar cada diciembre.
Parecía que todo el mundo era un poco mejor y se saludaban los mayores con un “Feliz Navidad”. Y llegaba el cartero con una tarjeta: “El cartero le desea Feliz Navidad”. Y llegaba también el basurero  con la suya esperando el humilde aguinaldo y la copa de anís o coñac, las bebidas imprescindibles de cada casa en dichos días. Se merecían, claro que sí, todos los aguinaldos del mundo: el cartero te dejaba la carta en mano, después de gritar en la puerta “¡Cartero!”, y  basurero sólo había uno, que hacía su trabajo anunciando su llegada al toque de silbato y recogiendo la  basura con un carro tirado por un mulo. Al fin y al cabo eran como de la familia.
María la Chata vendía papeletas de su famosa cesta navideña. Antonio Trujillano colocaba los juguetes en el escaparate de su tienda de la calle Siglo XX, ante la ilusionada mirada de los niños;  Ciriaco celebraba la venta de sus cuidados pavos, aunque era el pollo el plato más recurrente, más al alcance de la mayoría. Las mujeres amasaban los mantecados y los borrachuelos, las casas olían a ajonjolí, a canela, a anís.
Para acentuar aún más la ruptura de la monotonía de todos los días, la voz de Paquito Jiménez entraba en los hogares con Radio Campaña de Navidad, una emisora sólo autorizada para esas fechas, y que lo mismo recogía dinero, que cemento y ladrillos para hacer una vivienda para la gente pobre de un pueblo pobre.
Los Reyes Magos llegaban siempre cortos y, casi nunca coincidían los regalos con los deseos de la mayoría de los niños. Era natural, la demanda era fuerte. Yo prefería la madrugada, antes de que llegaran a través del balcón, la noche mágica vencida por el sueño, donde aunque escuché algún ruido, jamás logré ver a uno de los magos. 
Era otro tiempo diferente. Luego llegaron las grandes superficies comerciales, los letreros luminosos con reclamos a la compra, otro tipo de juguetes, otra época donde consumir se hizo una liturgia monótona. Otra forma, en definitiva, de vivir la Navidad. Y de sentir la vida.