El pasado año, con motivo de la concesión de la bandera andaluza a la Semana Internacional del Cortometraje de San Roque, asistí al acto oficial que tuvo lugar en el Museo de Cádiz. Como celebración del Día de Andalucía la Junta reconocía a personas y colectivos de la provincia que habían destacado en distintas facetas de la vida ciudadana Y el veterano festival sanroqueño había sido reconocido, recogiendo el galardón su director Esteban Gallego. Bien hasta ahí.
Sin embargo, lo que vino a continuación, una vez efectuada las intervenciones de los responsables institucionales, fue sencillamente deplorable. En más de una ocasión lo he comentado entre amigos y compañeros y hoy, cuando más necesitados estamos de reafirmarnos como pueblo tras la apatía que invade a buena parte de la ciudadanía, lo recuerdo con tristeza y vergüenza ajena.
Como cierre del acto estaba prevista la interpretación del himno andaluz a cargo de una cantaora, de la que no recuerdo el nombre. La interpretación, más allá de la afonía que padecía la artista, y que ya hubiese servido de justificación a la organización para que desistiese de ello, constituyó un lamentable espectáculo.
Antes de que se iniciara la intervención y una vez anunciado el cierre con el cante del himno, se marcharon dos de las autoridades asistentes que se hallaban entre el público, Jorge Ramos Aznar, delegado especial del Estado en el Consorcio de la Zona Franca y el diputado Alejandro Sánchez, ex alcalde de La Línea del Partido Popular. Con ello mostraron una falta de consideración hacia el himno que iba a ser escuchado de manera inmediata.
Pero como decía, lo que vino a continuación fue realmente lamentable. La cantaora no sólo no sabía la letra, sino que lo interpretó como si se tratase de una canción cualquiera, con comentarios incluidos, y pidiendo la “ayuda” de otra señora que se hallaba entre el público. Todo resultó un espectáculo de mal gusto, que empañó por completo el acto que había tenido lugar.
En una crisis como la actual, que no sólo abarca al campo económico sino también a las instituciones, a la credibilidad de las mismas, y que de manera interesada los sectores más conservadores tratan de articular para desacreditar la descentralización política, proponiendo antiguos esquemas, urge resaltar la personalidad de Andalucía.
Pero para que eso sea posible, se lo tienen que “creer” muchos de los dirigentes andaluces. Aquellos que se sirven de sus símbolos en tiempos de elecciones. Y también los propios andaluces, pues si no es así iremos perdiendo la conciencia de nuestra propia cultura para quedar relegados dentro del Estado español y difuminado en la Europa de los pueblos.
Por eso, cabe recordar una pequeña parte de la intervención de Blas Infante, padre de la patria andaluza, unos días antes de su asesinato, con motivo de la primera izada de la blanca y verde en el balcón del Ayuntamiento de Cádiz: “la bandera andaluza, símbolo de esperanza y de paz que aquí hemos izado esta tarde, no nos traerá ni la paz ni la esperanza ni la libertad que anhelamos, si cada uno de nosotros no la lleva ya plenamente izada en su corazón”.