Junto a su hermana Germinal permanecía al borde de la gran fosa abierta sobre el campo de Facinas. Todos los que asistíamos a aquel intento de recuperar los restos de su madre, Carmen Brú Casado, sentimos el dolor que causa la desesperanza de ver lo infructuoso de un trabajo, que nos ocupaba desde primeras horas de la mañana. Marina Ortega Brú no pudo culminar aquella tarde triste, la lucha mantenida durante tantos años.
Ahora, cuando ya ha emprendido la marcha definitiva, sé que una parte de amargura ha debido acompañarle, como también acompañó a sus hermanos –todos desaparecidos-, uno de ellos el insigne imaginero Luis Ortega Brú.
Al menos, la reivindicación de la memoria de sus padres, ambos asesinados a causa de la guerra civil, pudo ser una realidad gracias a su valentía. La recuerdo en el primer mitin del Partido Comunista en la comarca, en los primeros años de la Transición. Aquella mujer menuda se coló en el escenario y proclamó su derecho a alzar la voz para pedir justicia, la que se le había negado a una familia huérfana y represaliada sin piedad.
Y la recuerdo antes, en la clandestinidad de la oposición democrática en el piso que compartía con Germinal, “rebautizada” como Herminia para no mantener el nombre revolucionario y laico que le dieron sus padres. Y luego, cuando comencé a dar a la luz los primeros libros y artículos sobre el terrible paso de la guerra civil por San Roque. Marina me mostraba la carta que su madre les escribió desde la cárcel de Algeciras, “Marina, cuídate, pues eres la que tienes que hacer de madre de tus hermanos…”. Carmen, la partera que no cobraba a los pobres, la bondadosa vecina que atendió a los heridos en el Hospital Municipal sin descanso en julio del 36. Carmen, detenida en su casa de la calle General Lacy, un día de agosto de aquel fatídico año, arrancada de sus hijos rotos en llanto. Y para que la herida de aquella familia fuera más profunda, mataron a su padre Ángel Ortega, en vísperas de la Navidad de 1939.
En 2002 publicamos conjuntamente De la memoria de Marina Ortega Brú. Con ello se daba forma al empeño de reivindicar la memoria de sus padres, reconocida a partir de entonces de manera clara en la ciudad donde nacieran. Todo ello la hizo feliz pero quedaba esa carta y ese deseo, que los que la queríamos no pudimos cumplir para ella.
Nos transmitió su justo dolor y su ejemplo de mujer luchadora, comprometida. Y una enorme generosidad con su pueblo, con el que se volcó para que su hermano Luis contase con un museo que es orgullo de la ciudad. Descanse en paz.