Muchos recordaremos el día en que la organización terrorista ETA anunció el abandono de lo que llaman la “lucha armada”. El hecho de que tantas personas en el País Vasco, principalmente, puedan saber que no les estallará una bomba en su automóvil o que nadie esperará para darle un tiro en la nuca, ya es motivo de inmensa alegría, aunque no haya habido el más mínimo gesto hacia las víctimas y sus familiares por parte de los violentos.
Aunque intenten vendernos desde la izquierda abertzale y de la propia ETA, que ellos han traído la paz y, consecuentemente, es el Gobierno español el que tiene que mover ficha, todos sabemos que la única organización terrorista activa de Europa había sido arrinconada gracias a la acción de la Policía y la Guardia Civil, la colaboración francesa, y la efectividad de la Ley de Partidos de 2002, que dejaba al margen del juego político legal a quienes no condenaran el terrorismo. A ello se unió la ruptura del alto el fuego en diciembre de 2006 -tras la negociación abierta por el Gobierno de Zapatero-, con el atentado de la T-4 del aeropuerto de Barajas, que provocó la muerte de dos ciudadanos y heridas a una veintena. ETA había sido arrastrada a un callejón si salida y su brazo político había quedado descolocado y sin argumentos. Esa es la realidad.
Sí, será un día para recordar que muchas familias quedaron rotas, que la amenaza hizo que ciudadanos decentes abandonaran su tierra, que la cantera de niñatos y chulos de la banda sembró de violencia las calles de Euskadi. Que aquello que ETA denominó “socialización del dolor” vistió de luto a numerosas familias de agentes del orden, empresarios, políticos, periodistas funcionarios o simples ciudadanos. Impuso el lenguaje de las bombas y el asesinato en otras regiones, buscando destruir la economía de las mismas, con atentados en lugares turísticos como Andalucía.
Costará tiempo normalizar la vida de un pueblo sin libertad. Que los ciudadanos vascos puedan hablar sin temor, que Euskadi sea una excepción dentro de las democracias. No será fácil, porque tantos años de “cultura” del miedo no se borran al día siguiente del anuncio de ETA del cese de la violencia. Acostumbrar a ese mundo que ha alentado a los terroristas, que adopten formas democráticas no será fácil. Hay un largo camino por recorrer, pero ahora sin el crimen como arma política.
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