El
Partido Andalucista ha celebrado su último congreso. Al llegar a este punto,
que finiquita cincuenta años de actividad política, son muchos los análisis que
se hacen sobre las causas que han llevado a ese callejón sin salida. El partido
que recuperó la memoria de Blas Infante y los símbolos olvidados de Andalucía,
que llegó a contar con grupo propio en el Congreso y con dos diputados en el
Parlamento catalán, dice adiós dignamente tras los continuados fracasos
electorales.
Las causas de este final son
diversas. Algunos se refieren a hechos ocurridos hace más de treinta años: el
trueque de las alcaldías de Huelva y Granada por la de Sevilla en las primeras
elecciones municipales, la bisoñez con que afrontó la salida al referéndum del
28 de febrero de 1980, incluso el apoyo a la investidura de Suárez. Otros
hablan de personalismos, de continuos enfrentamientos internos, de ambigüedades
ideológicas y de falta de liderazgo.
Probablemente,
haya de todo un poco. Pero también es cierto que a esta formación no se le han
perdonado los errores, al contrario que a otras organizaciones. Y que ya en su
prodigioso éxito en la Transición se encontró con un PSOE liderado por el
andalucista Rafael Escuredo, que acabó fagocitándolo.
Asimismo, en el momento actual, no puede
soslayarse la aparición de los nuevos partidos, con gran proyección mediática.
Los andalucistas no han contado con altavoz alguno. Quien no sale en los medios
no existe. Y, por supuesto, quien no cuenta con los apoyos del mundo
financiero. Ya lo sufrió el prestigioso político Clavero Arévalo cuando tuvo
que plegar velas del proyecto de Unidad Andaluza en los primeros años de la
democracia.
Los andalucistas del PA, que
comenzaron en el socialismo del tardofranquismo (Partido Socialista de
Andalucía era su nombre), acabaron, en muchos casos, siendo muletilla sin
pretensión ideológica en diputaciones y ayuntamientos, o sin saber hacerse
notar en sus dos coaliciones con el PSOE en el gobierno de la Junta.
La desaparición de un partido
democrático provoca desazón pero, al mismo tiempo, en el caso presente, debe
abrir un debate sobre el futuro del andalucismo, entendido como el movimiento
progresista, identificado con una tierra donde queda muchísimo por hacer,
distinto de los nacionalismos periféricos excluyentes, tal como lo concibió Blas Infante.
Actualmente, un movimiento
andalucista trata de abrir espacio en el seno de Podemos. Una tarea nada fácil
dentro de una formación centralista. Un empeño, por otro lado, que hay que
saludar y que debiera producirse en otros partidos y sindicatos
Al mismo tiempo, existen partidarios de
acometer un proyecto nuevo, que intente ilusionar a la sociedad andaluza,
recuperar esa pretensión de un poder andaluz, capaz de motivar y
movilizar.
Decimos adiós al histórico Partido Andalucista,
pero no al andalucismo, que habrá de buscar caminos sobre un escenario nuevo.
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