Ocurre que lo que nos quieren vender algunos partidos, sus bazas públicas fundamentales, como el discurso “apolítico”, que pretende ser inmaculado (el partido diferente), no es más que una vieja fórmula para hacerse hueco en las situaciones de crisis en las que cíclicamente se ven abocadas las sociedades a lo largo de la historia. Un claro ejemplo, a mi entender, es la formación que lidera Rosa Díez, Unión Progreso y Democracia. Nacida con su frontal oposición a toda negociación con ETA – discurso difícil ya de sostener- y con su canto al centralismo de tiempos pasados ha obtenido un importante éxito electoral en las pasadas elecciones generales. Gracias a la colaboración del diputado del Foro por Asturias ha conseguido formar grupo propio en el Congreso.
Siempre he defendido la evolución política de las personas. Sin embargo, el caso de Rosa Díez es especialmente significativo. Irrumpe en el escenario con UPyD tras ser derrotada en sus aspiraciones de hacerse con la secretaría general del PSOE en el congreso socialista donde fue elegido Zapatero. En el Partido Socialista de Euskadi había realizado una carrera política que inició allá en los albores de la democracia. Con este partido fue concejala, diputada foral, parlamentaria vasca, consejera en el gobierno de coalición de PNV-PSOE y eurodiputada. Fue una entusiasta del pacto con los nacionalistas, a los que ahora aborrece.
Con un partido a su imagen y semejanza se ha hecho con un buen número de votos de sectores de centro-izquierda, desencantados con el PSOE, pero su política va en dirección contraria. En Andalucía se ha situado como cuarta fuerza política a merced de ese voto, si tenemos en cuenta la fuerte subida que en la comunidad ha tenido el PP, formación que ve con buenos ojos ese crecimiento que no afecta a su electorado.
En un reciente artículo Francisco Garrido comparó la trayectoria de Rosa Díez con Alejandro Lerroux, el anticlerical republicano, revolucionario que pactó con la CEDA y acabó alabando el golpe de Estado del general Franco. Salvando las distancias, no puede obviarse, que el travestismo político de la otrora socialista, conlleva una ambigüedad ideológica, basada en un acusado populismo, de rechazo a los nacionalismos que considera excluyentes, pero practicando un centralismo exclusivo. Lo que critica lo práctica.
Si alguien pudo ilusionarse con el renacimiento de un partido de centro, creo que no es el caso de UPyD, una formación para la que el ultraderechista Inestrillas pidió el voto, comparándolo con la auténtica Falange. Ahí están también las declaraciones a la revista chilena The Clinic de uno de sus dirigentes, el escritor Álvaro Pombo: “Sí me hago esa pregunta, de si tendríamos, por ejemplo en España, que pasar a una fase suprapolítica, suprapartidista, de gestores firmes ¡Si tenemos cinco millones de parados! Un dictador con mano fuerte”.
No sé si UPyD ha perdido el norte, pero desde luego no ha encontrado el centro.
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