lunes, 6 de diciembre de 2010

De un tiempo y una Navidad



Pasaban los coros –no le llamábamos rondallas por aquí- en la fría noche navideña. Corríamos tras ellos, deteniéndonos en cada puerta donde, ataviados de pastorcillos, aquellos muchachos cantaban al Niño de Dios, esperando algún polvorón o rosco de propina. Las tabernas del casco viejo, que era el único San Roque palpitante, reunían a los parroquianos de una ciudad envuelta en un triste alumbrado. En algún lugar sonaba el disco de Raphael que decía “El camino que lleva a Belén…” Un camino que llevaba hasta el valle que la nieve cubrió, un valle con el que soñábamos los niños y que debía ser muy parecido al que veíamos en los nacimientos –tampoco se decía belenes- que con tanto anhelo esperábamos montar cada diciembre.
Parecía que todo el mundo era un poco mejor y se saludaban los mayores con un “Feliz Navidad”. Y llegaba el cartero con una tarjeta: “El cartero le desea Feliz Navidad”. Y llegaba también el basurero  con la suya esperando el humilde aguinaldo y la copa de anís o coñac, las bebidas imprescindibles de cada casa en dichos días. Se merecían, claro que sí, todos los aguinaldos del mundo: el cartero te dejaba la carta en mano, después de gritar en la puerta “¡Cartero!”, y  basurero sólo había uno, que hacía su trabajo anunciando su llegada al toque de silbato y recogiendo la  basura con un carro tirado por un mulo. Al fin y al cabo eran como de la familia.
María la Chata vendía papeletas de su famosa cesta navideña. Antonio Trujillano colocaba los juguetes en el escaparate de su tienda de la calle Siglo XX, ante la ilusionada mirada de los niños;  Ciriaco celebraba la venta de sus cuidados pavos, aunque era el pollo el plato más recurrente, más al alcance de la mayoría. Las mujeres amasaban los mantecados y los borrachuelos, las casas olían a ajonjolí, a canela, a anís.
Para acentuar aún más la ruptura de la monotonía de todos los días, la voz de Paquito Jiménez entraba en los hogares con Radio Campaña de Navidad, una emisora sólo autorizada para esas fechas, y que lo mismo recogía dinero, que cemento y ladrillos para hacer una vivienda para la gente pobre de un pueblo pobre.
Los Reyes Magos llegaban siempre cortos y, casi nunca coincidían los regalos con los deseos de la mayoría de los niños. Era natural, la demanda era fuerte. Yo prefería la madrugada, antes de que llegaran a través del balcón, la noche mágica vencida por el sueño, donde aunque escuché algún ruido, jamás logré ver a uno de los magos. 
Era otro tiempo diferente. Luego llegaron las grandes superficies comerciales, los letreros luminosos con reclamos a la compra, otro tipo de juguetes, otra época donde consumir se hizo una liturgia monótona. Otra forma, en definitiva, de vivir la Navidad. Y de sentir la vida.


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