“San Roque y Bucraa manifiestan conjuntamente que la paz y la libertad es el único camino posible para la prosperidad de los pueblos”. Ese enunciado forma parte de uno de los apartados del pacto de hermanamiento firmado por el alcalde sanroqueño Andrés Merchán y su homónimo saharaui Alisalem Sidi-Larose, el 15 de julio de 1994. Un acto que recuerdo especialmente porque ofrecí una lectura de poemas dedicados al pueblo saharaui.
Es verdad que ha habido otros hermanamientos de San Roque con distintas poblaciones de Europa, Asia y América, y que, como suele ocurrir, quedan en el olvido al poco tiempo. Sin embargo, el realizado con una localidad en el exilio, “trasladada” a los campos de refugiados de Tinduf en pleno desierto argelino, nos acerca mucho al origen de la ciudad campogibraltareña, nacida también de un éxodo al negarse los habitantes del Gibraltar ocupado, legitimar la usurpación de su territorio por una fuerza extranjera. Esa decisión cargada de dignidad une a ambos pueblos. Dignidad se llamaba el campamento de Agdaym Izik desmantelado violentamente por las fuerzas de seguridad marroquíes, y que ha dado pie a la crisis más grave en el Sáhara desde que España entregase unilateralmente a Marruecos y Mauritania el territorio tras la movilización conocida por la Marcha Verde. Una movilización financiada por Arabia Saudí y que contó con el apoyo de la CIA. La jugada del desaparecido Hassan II, aprovechando la difícil coyuntura española del año 1975 –el general Franco estaba agonizando-, hizo que España abandonase precipitadamente el territorio donde estaba previsto un referéndum de autodeterminación. Todo ello, a pesar de que un fallo del Tribunal Internacional de La Haya, había dejado claro que no existían ligaduras de soberanía del Sáhara con Marruecos y Mauritania.
Después vino la proclamación por el Frente Polisario de la República Árabe Saharaui Democrática y la guerra contra el ejército marroquí desplegado en el Sáhara, hasta el alto el fuego de 1991. Mauritania abandonó el territorio, que se aprestó a ocupar Marruecos, que levantó un muro -en realidad ocho- de 2.720 kilómetros de longitud, con un despliegue extraordinario de fuerzas y campos minados, donde ya han perdido la vida varios civiles. Detrás del muro están las ciudades, la explotación de fosfatos y la zona costera rica en pesca.
La “repoblación” de las ciudades saharauis con más de cien mil colonos marroquíes para hacer frente al referéndum de autodeterminación, según mandato de la ONU, complicó su celebración. La consulta fue fijada para 1992 y postergada a 1998, sin que se vislumbre una salida ante la negativa marroquí a que se cumpla el mandato de las Naciones Unidas.
Por el contrario, Marruecos trata de salir del entuerto con un proyecto de autonomía para el Sáhara Occidental que rechaza el Polisario. Un proyecto sin concretar y que plantea serias dudas. No contempla la difusión de ideas que vayan más allá de la línea oficial ni la existencia de partidos regionalistas. Y después de la represión de El Aaiún viene a demostrarse que sin un contexto democrático y superador del actual enfrentamiento no es posible una autonomía auténtica, con gobierno propio y parlamento.
Es cierto que todos los partidos marroquíes coinciden en la soberanía sobre el Sáhara, pero también es cierto que esta cuestión es “sagrada” en Marruecos y una opinión pública contraria quedaría fuera de la ley. Cabe recordar que cuando en 1981 Hassan II aceptó la autodeterminación en la cumbre de la Organización de la Unidad Africana celebrada en Nairobi, la opinión contraria de los socialistas de la USFP, llevó a prisión a la cúpula de dicho partido.
Ha tenido que ser la sociedad civil saharaui la que ponga sobre la mesa nuevamente la eternizada cuestión. Primero la huelga de hambre de la activista pro derechos humanos Aminatu Haidar, y luego la instalación de un gran campamento de jaimas en las afueras de El Aaiún, demandando derechos sociales. Una sociedad civil que ha ocupado el papel de un Polisario en crisis y que ha hecho que muchos de los miembros del grupo independentista deserten, captados por puestos ofrecidos desde Marruecos. Si la guerra sería un suicidio para el pueblo saharaui, la torpe actuación del gobierno de Marruecos, ha abierto una brecha inesperada y que perjudica la imagen del país exteriormente: el respeto a los derechos humanos.
Así las cosas, con el apoyo a las tesis marroquíes de Estados Unidos y Francia, y la indiferencia del Gobierno español, el pueblo saharaui se mueve entre la desesperanza y el coraje, y como los gibraltareños que se trasladaron a la ermita del señor San Roque, enarbolan la mejor de las banderas: la de la dignidad.
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