En mayo de 1955, numerosos sanroqueños se echaron a la calle para impedir que la imagen de Jesús Nazareno fuese trasladada a Madrid para una exposición relacionada con Gibraltar. La muestra “Gibraltar español” fue organizada por la Sociedad Española de Estudios Internacionales en el edificio de la Biblioteca Nacional y fue inaugurada el 10 de junio. Se enmarcaba en las acciones del Gobierno español de cara a la reivindicación de la colonia británica. Parte de la muestra estaba constituida por reliquias procedentes del Peñón, que fueron rescatadas por sus habitantes tras la ocupación en agosto de 1704, en plena guerra de Sucesión.
Estas reliquias se hallaban en San Roque, la ciudad fundada por los gibraltareños desplazados, y heredera histórica de la misma, tal como indica la leyenda que titula la ciudad: “Muy Noble y Más Leal Ciudad de San Roque, donde reside la de Gibraltar”.
Aquella insólita protesta, producida en plena dictadura franquista, merece ser destacada y tiene que ver con el sentir de la religiosidad popular andaluza, que señala a una imagen como un símbolo de identificación colectiva, que es asumido, incluso por personas no creyentes.
Ese símbolo centrado en el Nazareno de San Roque tiene su raíz en la propia historia de la población. Fue la última de las imágenes en ser rescatada del Gibraltar ocupado. Ocurrió en 1722 cuando los marinos genoveses, a cuyo cargo estaba la imagen en la plaza británica, obtuvieron permiso del obispo de Cádiz Armengual de Mota para que fuese llevada en andas fuera de la misma. Los gibraltareños que abandonaron la ciudad vieron la oportunidad de hacerse con la venerada imagen, que había contado con su propia cofradía, al menos desde el siglo XVII. Y así ocurrió, apoyados por las fuerzas españolas mandadas por el conde de Montemar, los genoveses se fueron de vacío.
La imagen del Nazareno engrosó el conjunto de las que ya se hallaban en San Roque, donde las cofradías habían reiniciado su actividad. En este sentido, en marzo de 1720, las del Santísimo, la Soledad y Santo Entierro, Cristo de la Columna, y Vera Cruz solicitaban de las autoridades eclesiásticas la entrega de alhajas y otras pertenencias de las referidas hermandades, de cara a llevar a cabo la reorganización de las mismas fuera de la plaza gibraltareña. Cinco años antes, en 1715, había tenido lugar la primera procesión en la nueva ciudad, con las imágenes de la Virgen de los Remedios (la actual patrona sanroqueña Santa María la Coronada) y San Sebastián.
A este respecto, las cofradías que existían en Gibraltar sirvieron para la organización de la sociedad civil exiliada, jugando un importante papel.
Conociendo estos hechos históricos puede entenderse mejor el carácter de símbolo aglutinante del Nazareno, unido al propio antropocentrismo andaluz que, como señala Isidoro Moreno, “hace que no gocen de una gran devoción, más allá de los integrantes de una cofradía y del círculo más cercano a esta, las imágenes de Cristos muertos, y menos aún de Cristos yacentes dentro de urnas de cristal que representan el sepulcro. Y esto, independientemente de su belleza y calidad artística, al contrario de lo que sucede en la mayor parte del mundo católico”. La fuerte humanización de las relaciones personales en Andalucía, explica la dificultad en la comunicación con la imagen de un Cristo muerto, como sostiene Moreno.
Como decíamos al principio no estamos sólo ante un icono religioso, sino ante un símbolo con una fuerte dimensión humanizada. Aunque las imágenes representan a la Virgen María o a Jesús cada una guarda un sentido especial, siendo individualizada por la propia comunidad que la hace suya. Y en un momento dado se les llama con nombres populares, el Cachorro, el Moreno, la Blanca Paloma. Incluso existe competencia entre las distintas hermandades en las salidas procesionales.
En el caso del Nazareno de San Roque, aquella oposición popular resultó triunfadora. Dirigida, por un republicano y masón represaliado por el franquismo, José Pérez Delgado, conocido por el nombre simbólico de Demófilo, impidió que la imagen saliera camino de Madrid, en contra de la opinión oficial del propio Ayuntamiento. Incluso se montaron improvisados mítines, seguido por la mayor parte del pueblo.
En este sentido, viví un hecho parecido en los últimos años de la dictadura. En la conocida como procesión del Silencio con la imagen de la Soledad, también procedente de Gibraltar. Tradicionalmente en esta salida de madrugada el paso era portado por costaleros voluntarios, ajenos a la cofradía, siendo su recorrido a través del casco antiguo de San Roque. En un momento dado, los cargadores decidieron que el paso tenía que llegar a la populosa barriada de la Paz, situada entonces en el extrarradio de la ciudad. Le negativa de la junta de hermandades hizo que los cargadores abandonaran el paso en plena calle, teniendo que incorporarse voluntarios para continuar con el itinerario habitual. Los cargadores, en su mayoría de la citada barriada, entendía que la imagen pertenecía al conjunto de la ciudad, y por tanto, debía llegar hasta su barrio.
La religiosidad popular engloba estos comportamientos, distanciado de la devocional. Como señala Pedro Castón, “son manifestaciones religiosas que han llegado a configurar la vida social del grupo, llegando a formar parte esencial de esa vida social”. Por su parte, la religiosidad devocional no suele formar parte de la cultura de un pueblo, pues se fundamenta en las devociones de los creyentes plasmadas de forma individual, aunque a veces tenga carácter colectivo. El mismo autor afirma que en Andalucía esta religiosidad es menor que la tradicional o popular, “quizá porque las clases medias han sido siempre más reducidas que en otras zonas españolas”.
Ni que decir tiene que la Iglesia no vio con buenos ojos esta heterodoxia, que se fomentaba en las cofradías. En los principios de estos colectivos se actuó para corregir estos “desmanes”, temiendo también que al amparo de las hermandades se acogiesen judíos conversos y moriscos. Aún hoy, en su intento de institucionalizar la religiosidad popular, los obispos han limitado la creación de nuevas cofradías.
Sin embargo, la Iglesia sí favorecía la participación del estamento oficial en las procesiones, como un elemento más del nacional-catolicismo imperante durante el franquismo. Por ello, cuando se produjo la transición política hacia la democracia, se creyó que este tipo de manifestaciones religiosas desaparecería, por formar parte de ese entramado exterior de la dictadura. Si bien, aunque se atravesó una profunda crisis en estas celebraciones populares al final del régimen, éstas retornaron con mayor fuerza, alejadas de quienes las habían secuestrado y utilizado.
En los años ochenta del pasado siglo las cofradías se democratizaron, los jóvenes asumieron el protagonismo, e incluso se comenzó a dar paso a la mujer. San Roque fue una de las primeras poblaciones que contó con una mujer al frente de la Junta Local de Hermandades y Cofradías, y por primera vez en España, un paso, la Virgen de la Merced, comenzó a ser portado por muchachas. Se crearon cofradías en los barrios y se adquirieron nuevas imágenes.
La existencia de ese elevado número de celebraciones religiosas populares, contrasta con el hecho de que Andalucía es la comunidad con el nivel más bajo de práctica religiosa de todo el Estado, sobre todo con el precepto de misa dominical. No puede entenderse esta actitud sin considerar la importancia simbólica y antropocéntrica de la cultura andaluza, y cómo se conforma la vida social de la colectividad y sus dimensiones simbólicas.
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